
Cuando acusaban al padre Arrupe de ser “un optimista patológico”, él respondía: “¿Cómo no voy a ser optimista, si creo en Dios?”
Hoy, 5 de febrero, se cumplen 30 años de la pascua del padre Pedro Arrupe, sacerdote jesuita que movido por su experiencia con personas refugiadas en las costas de Indochina, llamó a la Compañía de Jesús a fundar el Servicio Jesuita a Refugiados que sería el padre luego de nuestro querido Servicio Jesuita a Migrantes en toda América Latina.
No sabremos nunca con certeza lo que experimentó el padre Arrupe en esas miradas y rostros de tantas mujeres, niños/as y hombres migrados de manera forzada para sobrevivir. Él, que era un hombre con experiencia de muchos otros rostros de dolor aún tenía espacio para conmoverse. Vale recordar que además de ser sacerdote, era médico y le toco estar y ser uno de los primeros en asistir a las víctimas de la bomba atómica de Hiroshima. Convirtió el
Noviciado jesuita en Nagatsuka, a poco más de cuatro kilómetros del epicentro de la explosión, en un verdadero hospital de campaña. Junto con los novicios jesuitas traían a las víctimas y las intentaban curar mientras comenzaban a darse cuenta que esas heridas eran distintas. Eran heridas que reaccionaba de manera diferente. Estábamos conociendo por primera vez los efectos de la radiación en el cuerpo humano.
Un hombre así, acostumbrado a vivir fuertes experiencias, décadas después, aún se seguía dejando conmover. Y así lo hizo cuando se encontró cara a cara con los refugiados, esto hizo que su creatividad continuara viva y pudiera seguir aportando a las personas espacios de acompañamiento y sanación.
Ojalá que hoy, recordando que hace 30 años despedíamos al padre Arrupe, podamos también nosotros/as dar gracias por personas como él que nos rodean en nuestra vida, trabajo y familia; y que su vida nos inspire a seguir dejándonos conmover por tantos rostros de hermanos y hermanas nuestras, que nos enseñan a mantener viva la esperanza y la creatividad.
Julio Villavicencio, S.J.
Director SJM ARU.